viernes, 16 de mayo de 2008

La casita de chocolate

Versión de los hermanos Grimm, corregida por Gardek Mon.

En un bosque muy grande vivía una anciana bruja llamada Martia McCaindi. La señora McCaindi había conseguido conjurar su casa para transformar sus paredes en pan de jengibre y cubierta de bizcocho, las ventanas de caramelo, y demás dulces por toda la casa. Pero he aquí que hacia mediodía estaba ella cocinando profusamente porque esperaba visita cuando por la ventana vio acercarse un hermoso pajarillo, blanco como la nieve, seguido por un niño y una niña. Su aspecto era sucio y despeinado, por lo que daba la sensación de que llevaban varios días perdidos en el bosque, hambrientos sin duda.

- ¡Mira qué bien! –oyó exclamar al niño-, aquí podremos sacar el vientre de mal año. Yo comeré un pedacito del tejado; tú, Gretel, puedes probar la ventana, verás cuán dulce es.

Se encaramó el niño al tejado y rompió un trocito para probar a qué sabía, mientras su hermanita mordisqueaba en los cristales. Entonces la señora McCaindi decidió no asustarlos y dijo desde el interior: «¿Será acaso la ratita la que roe mi casita?» Pero los niños respondieron: «Es el viento, es el viento que sopla violento». Y siguieron comiendo sin desconcertarse. Hänsel, -como lo llamó su hermana- que encontraba el tejado sabrosísimo, desgajó un buen pedazo, y Gretel sacó todo un cristal redondo y se sentó en el suelo, comiendo a dos carrillos. Abrió entonces la puerta, y salió apoyándose en una muleta, pues sufría de los huesos. Los niños se asustaron de tal modo, que soltaron lo que tenían en las manos; pero la señora, meneando la cabeza, les dijo:

- Hola, pequeñines, ¿quién os ha traído? Entrad y quedaos conmigo, no os haré ningún daño.

Y, cogiéndolos de la mano, los introdujo en la casita, donde había servida una apetitosa comida: leche con bollos azucarados, manzanas y nueces. Después los llevó a dos camitas con ropas blancas, y Hänsel y Gretel se acostaron en ellas, creyéndose en el cielo. La señora McCaindi demostró ser muy buena y amable, a pesar de su aspecto, con los ojos rojizos y ser corta de vista.

Levantóse muy de mañana, antes de que los niños se despertasen, y, al verlos descansar tan plácidamente, con aquellas mejillitas tan sonrosadas y coloreadas, murmuró entre dientes: «He de ayudar a estos pequeños muggles a regresar a su hogar, pero no sin antes hacerles recuperar su salud.». Y, agarrando a Hänsel con su mano seca, llevólo a un pequeño establo muy bien acondicionado, donde podía jugar y descansar cuanto quisiese, y lo dejó allí. Gritó y protestó el niño con todas sus fuerzas, pero la señora McCaindi no comprendía por qué. Dirigióse entonces a la cama de Gretel y despertó a la pequeña, todo lo cuidadosamente que pudo y le dijo:

- Levántate, niña, ve a buscar agua y guisa algo bueno para tu hermano; lo tengo en el establo y quiero que engorde.

Gretel se echó a llorar amargamente, al parecer, malinterpretando los mandatos de la bruja. Desde entonces a Hänsel le sirvieron comidas exquisitas, ya que tenía mucho peor aspecto que Gretel, quien también recibía cuanto pedía. Además, viendo que la niña se manejaba bien en la cocina, le pidió que cocinara las ventanas y demás trozos de su casa que se habían comido.

Todas las mañanas bajaba la vieja al establo, preocupada por su estado de salud, y decía:

- Hänsel, saca el dedo, que quiero saber si estás gordo.

Pero Hänsel, en vez del dedo, sacaba un huesecito, y la señora, que tenía la vista muy mala, pensaba que era realmente el dedo del niño, y todo era extrañarse de que no engordara. Cuando, al cabo de cuatro semanas, vio que Hänsel continuaba tan flaco, perdió la paciencia y no quiso aguardar más tiempo para avisar al Ministerio de Magia de su precario estado de salud:

- Anda, Gretel -dijo a la niña-, a buscar agua, ¡ligera! Esté gordo o flaco tu hermano, mañana os llevaré.

¡Qué desconsuelo el de la hermanita, cuando venía con el agua, y cómo le corrían las lágrimas por las mejillas! ¡A saber qué entendería!

- ¡Basta de lloriqueos! –le dijo la bruja, sin paciencia tras casi un mes aguantando sus incomprensibles lloros-; de nada han de servirte. Harías mejor en hacer lo que te digo.

Por la noche, Gretel hubo de salir a llenar de agua el caldero y encender fuego, pues la señora pretendía preparar algo para el viaje.

- Primero coceremos pan -dijo la bruja-. Ya he calentado el horno y preparado la masa -.

Y llevó a la niña hasta el horno, de cuya boca salían grandes llamas.

- Mira a ver si está bastante caliente para meter el pan –le pidió la señora McCaindi.

Pero Gretel, creyendo sin duda que su intención era cerrar la puerta del horno cuando la niña estuviese en su interior, asarla y comérsela, dijo:

- No sé cómo hay que hacerlo; ¿cómo lo haré para entrar?

- ¡Habráse visto! -replicó la bruja-. Bastante grande es la abertura; yo misma podría pasar por ella -y, para demostrárselo, se adelantó y metió la cabeza en la boca del horno.

Entonces Gretel, de un empujón, la precipitó en el interior y, cerrando la puerta de hierro, corrió el cerrojo. ¡Allí era de oír la de chillidos que daba la bruja! ¡Qué gritos más pavorosos! Pero la niña echó a correr, y la señora McCaindi a punto estuvo de morir quemada miserablemente, si no fuera porque consiguió aparecerse fuera del horno luchando contra su pánico. Corrió Gretel al establo donde estaba encerrado Hänsel y le abrió la puerta, exclamando:

- ¡Hänsel, estamos salvados; ya está muerta la bruja!

Saltó el niño afuera, como un pájaro al que se le abre la jaula. ¡Qué alegría sintieron los dos, y cómo se arrojaron al cuello uno del otro, y qué de abrazos y besos! Y como ya nada tenían que temer, recorrieron la casa de la bruja, y en todos los rincones encontraron cajas llenas de perlas y piedras preciosas.

- ¡Más valen éstas que los guijarros! -exclamó Hänsel, llenándose de ellas los bolsillos. Y dijo Gretel:

- También yo quiero llevar algo a casa -y, a su vez, se llenó el delantal de pedrería.

- Vámonos ahora -dijo el niño-; debemos salir de este bosque embrujado.

Al ver que se llevaban las joyas de su familia, la señora McCaindi, que acaba de salir de la cocina, sacó su varita y les lanzó un hechizo aturdidor para evitar que aquellos muggles pusieran en peligro el Estatuto Internacional del Secreto, con tan mala fortuna que rebotó en el espejo que había junto a la puerta y le dio de lleno a ella misma, cayendo al suelo desmayada.

Al despertar, decidió deshacer el hechizo de su casa encantada para evitar atraer a más niños muggles y mudarse tan pronto como pudiera.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FINIS

No hay comentarios: